Llega una instancia en que no me enojo, no me río, simplemente no siento nada, salvo un ligero y suave cansancio. Suspiro un poco, me toco el pelo y miro hacia el suelo, mientras ellos creen que me gana la desesperación; pero no: cuando vivís en la desesperación, ya no hay nada que te inmute, te volves un ser inerte. Y es por eso que me paro en frente a ellos y los miro. Los miro con los ojos vacíos y hasta desorbitados, mientras ellos los esquivan y comienzan a sudar, esperando que yo pare.
No saben si amarme u odiarme. Alterno instantes de sonrisas con miradas vacías y...¿seriedad?
Un poco impredecible, dicen.