viernes, 16 de noviembre de 2012

Igor

Estudio en silencio, observando cada cierto tiempo a ese cachorrito que se durmió a mis pies. Veo como mueve sus patitas, como gruñe, como se relame en sus sueños. Me pregunto si tal vez estoy en ellos, si será feliz por eso.
En un momento se sobresalta, respira entrecortádamente, tiembla. Lo acaricio para alejarlo suavemente de su pesadilla y que pueda descansar tranquilamente otra vez.

Esta pequeña criatura, que ni siquiera es de mi misma especie, me inspira demasiada felicidad.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Variación entre lo imposible pero deseable

Tenía que ir a clases y estaba llegando tarde, pero no en el sentido me quedé dormida y bue... No, llegaba como una alumna que fue trasladada a destiempo. Aún así, no era nueva: cursaba con todos mis compañeros de secundaria.
Volviendo a lo que dije antes, estaba llegando tarde. A eso le sumamos el hecho de que la profesora había dejado una tarea, la cual consistía en elegir la imagen de un libro y hablar sobre ella frente a toda la clase.
¡Qué tarea estúpida! -pensé- ¿Salimos de la universidad para esto?
Hice la tarea de mala gana. Decidí hablar sobre la imagen de un pulpo que se encontraba en un libro muy viejo. Cuando llegué al aula, no había lugar para sentarse (como en la universidad) y todos me miraban detenidamente. Sentí una suerte de regresión en mí, como si volviese a ser la mina blanda y tibia de antes.
Empezaron a pasar grupos al pizzarón, yo salí del aula. ¿Grupos? ¡No me había dicho eso! Encima tenía que estar con una de las chicas con las que ya no me hablaba, la Chica J; así que volví a entrar y decidí decirle a la profesora que no había hecho la tarea. Dos cosas pasaron: a) Se lo dije a la profesora equivocada b) La verdadera profesora me regañó de tal forma que, al terminar su discurso, me miró con cara de Vas a tener que rogarme de rodillas para aprobar; yo le respondí con un tono muy minitah, diciendo Listo. y la miré como diciendo No te voy a rogar, ya estoy en la universidad.
Salí enojadísima. La regresión que había tenido ya era parte del pasado y las miradas de mis compañeros me molestaban mucho. Me encerré en un baño y al mirarme al espejo entendí el porqué de sus miradas. Una horrible cicatriz en forma de línea horizontal atravesaba mi pecho, pero peor era la de la espalda, la cual parecía algún tipo de tumor benigno.  Horrorizada, ya no podía salir. No quería salir.
Cuando volví a abrir la puerta, estaba todo oscuro. Habían activado las alarmas y ya no había nadie en el lugar.
Para no activar los sensores de movimiento, decidí saltar la medianera del patio. Al escalar la pared pude ver a un hombre junto a su hija que, al darse cuenta de mi presencia, sacó un arma y me apuntó. Le pedí por favor que me ayudara, que tenía que volver a mi casa pero que no tenía forma de hacerlo. Me respondió que unos amigos suyos me podrían llevar: dos o tres hombres, en un auto, mirándome escabrosamente.
No, gracias, no me gustaría molestarlos tanto. Con pedirme un remis alcanza, o sino, puedo ir a una remisería que se encuentra cerca -dije, recordando que estaba cerca de la casa de una chica con la que ya no me hablaba, la Chica D. Pensé en la posibilidad de que sus padres me ayudaran....
El hombre me clavó una mirada extraña. Entramos nuevamente a su casa y descubrí todos los libros de mi mochila desparramados por una cama. Le dije que ya tenía que irme, me miró obscenamente. Agarró mis libros y dijo que no me los devolvería si me iba, que si los quería tenía que dejar que el me toque. Nerviosa, sin saber que hacer, al borde del colapso, le respondí: ¿Y su hija? ¿Dónde está?. Corrió fuera de la habitación mientras que yo abría la mochila, viendo que mis libros siempre estuvieron allí. Logré salir de esa inmundo lugar, acercándome más y más a la casa de la Chica D. Aún así no le pedí ayuda, fui a la remisería directamente.
Ya tranquila, esperando una cerveza y un paquetes de Oreos (?, veo pasar una ambulancia. Un vecino se acerca al remisero y le dice que el Sr... que vive allá se acababa de pegar un tiro.

Ese día no iba al gimnasio. Era mi día libre. Por eso había dormido hasta tarde, y por eso lo único que había logrado despertarme fue su mensaje. Me dijo que ya no estaba más con ella y que no lo iba a poder superar.
Así fue.

Me cambié rápidamente, sin considerar mi apariencia o el hecho de que el efecto del medicamento que había tomado la noche anterior, no había pasado.
Llegué a su casa. Me recibió su hermana y me llevó al living, donde la vi a ella, recostada en un colchón, llorando.

Soy tan mala con las interacciones con otras personas... No supe qué decir o hacer. Me quedé callada y la abracé. Un tiempo después, me agradeció por respetar su silencio.

Luego de su largo llanto entrecortado por la explicación, llegó él. Se recostaron juntos, se abrazaron y lloraron. Ahora, cuando recuerdo este momento, pienso que él sólo lloraba por una suerte de contagio, no porque realmente lo sintiera.

Cuando la atmósfera se sobrecargó y no resistió más, me fui. Luego, en la casa de mi novio, le conté lo sucedido mientras daba vueltas de un lado a otro, sintiendo una extraña opresión y pensando que en cualquier momento me desmayaría. Él trató de tranquilizarme y, al no lograrlo, me acompañó a tomar un colectivo para ir a mi casa.
Subí, le tiré un beso y el colectivo arrancó. La opresión en mi pecho aumentaba, no lo podía disimular más...
Cuando llegué a destino, más que nublarse, todo se iluminó; y así, sin poder ver nada, caminé hasta mi casa, abrí temblorosa la puerta y me recosté hasta sentirme con la suficiente fuerza y visión como para comer.

Ese momento me di cuenta que la recaída anoréxica tenía que llegar a su fin.